Antes de que se junte con la
próxima crónica, aquí os dejamos los moroneros nuestra impresión de la salida que inaugura el año.
José Manuel me avisó de que el
domingo día 13 de enero había planeada una rutilla con los Artacana y que se lo
dijera a los amigos que quisieran unirse. Al final sólo fuimos cinco porque algunos no podían y otros
se rajaron porque la noche del sábado al domingo cayó un buen tormentón en
Morón. De hecho, aunque quedamos en la
plaza de toros de Morón a las 8.30, teníamos dudas de si ir o no a Setenil debido al mal tiempo. No obstante, fuimos
valientes y decidimos ir.
En cuanto llegamos, acompañados
por José Manuel, desayunamos unas deliciosas tostadas y unos cafés en un bar
situado debajo de la roca en la calle Sol. Nada más terminar era ya hora de
ponerse en marcha y de encontrarse con el resto de los Artanaca. No estaban
todos los que conocí la vez anterior pero aún así me gustó volver a ver a
Bartolo, Javi e Ismael y conocer a María José y al resto de participantes.
Los Artanaca tuvieron el detalle
de llevarnos por un camino de manera que atravesáramos las calles más
emblemáticas del pueblo y así las viéramos los de Morón. En cuanto salimos del
pueblo se notó que éramos unos cuantos. Cada uno fue a su ritmo charlando unos con otros. Pasamos por
olivares, por campos de cereales, por una cascada donde se suele hacer rapel y
lo más destacado del día, nos llenamos las zapatillas del barro que había
dejado la lluvia de la noche anterior. Cada vez que había que subir alguna
cuestecilla se producían momentos de tensión,
¿quién se resbalará con el barro?, nos preguntábamos todos. Pero siempre había
algún setenileño para agarrarte o cogerte de manera que no te cayeses. También
hubo momentos para tomar un vinito dulce o un licor de hierbas.
La entrada en el pueblo la
hicimos por otro camino, para que la gente de Morón viéramos la zona del río
Guadalporcún y las buitreras. Yo ya había pasado por esa zona pero esta vez me
llamó la atención el verde del suelo en contraste con los árboles que esta vez
no tenían ni una hoja.
Finalmente llegamos al pueblo y
pudimos disfrutar de la otra parte del día, la excursión gastronómica. Primero tomamos
unas tapillas en una terracita disfrutando de las vistas y del solecito,
después en un bar cuyas paredes y techo eran la misma roca y por último tomamos
unos tés/cafés en una cafería con vistas al río. Me quedé con las ganas de
probar las tartas de esa cafetería así que habrá que volver a hacer alguna
rutilla por allí para ganársela.
¡¡Muchas gracias de parte de los
moroneros por vuestra hospitalidad!!
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